Muero de ganas por contar desde hace... bueno, casi un par de meses dos experiencias harto placenteras que no quiero que se pierdan en la bruma del tiempo. Hoy tan sólo me será posible relatar la primera de ellas aunque espero muy pronto escribir sobre la segunda, que también fue memorable.
El anticipadísimo, esperadísimo y sabrosísimo reencuentro con J.:Por supuesto que iba a suceder. Yo lo sabía, O. lo sabía, tú lo sabias y el mundo entero lo sabía. La pregunta simple sólo era "¿cuándo?" y la respuesta llegó hace poco más de un mes, sin recordar ni tener la necesidad de precisar la fecha.
Lo inevitable "se veía venir" desde que J. empezó (otra vez) a acercarse mucho a O., llamándole por teléfono de manera frecuente hasta que en una de esas yo le contesté la llamada y... bueno, conversamos tratando de aparentar "que todo estaba bien" y que éramos simplemente dos viejos amigos. Por supuesto que hubo tensión al principio y hasta nerviosismo de su parte pues me colgó el teléfono la primera vez que contesté, volviendo a llamar algunos segundos después argumentando que "la llamada se había cortado". Como sea: el hielo estaba roto y ahí estábamos los dos, hablando otra vez después de habernos dicho una y otra vez que no volvería a suceder. ¡Cómo mentimos!.
Algún tiempo después, cuando ya habíamos hablado más de tres o cuatro ocasiones por teléfono, me preguntó si podía visitarnos. "Visitarnos". Ajá, claro... En el contexto de J. y nosotros, creo que la palabra "visitarlos" bien puede ser sinónimo de "ir a coger con ustedes" pero igualmente nos hicimos tontos. Todos lo queríamos, ¿qué no?. Quedamos en que, para que pareciera más casual el asunto (¡qué necesidad de
hacernos pendejos!) iríamos juntos al
antro de siempre de los viernes tan sólo "a convivir" (
yeah, right) un rato. Antes de irnos estaríamos en casa, en el "precopeo" -que más bien fue coqueteo- y eso sucedió.
Imagínate, nada más, lo que fue para mí cuando le abrí la puerta y lo tuve en mi sala otra vez. Por supuesto que por fuera mostré todo el tiempo una actitud "cool" y hasta desinteresada pero por dentro me quería morir. Quería correr hacia él, abrazarlo, estrujarlo, besarle -no, ¡morderle!- el cuello, gritarle en el oído que lo odiaba porque no lo había visto en mucho tiempo pero que a la vez lo amaba con toda mi alma y que no quería que se fuera de mi lado nunca más. Todo eso me lo tuve que tragar en simples y esporádicas sonrisas casuales y estúpidas mientras conversábamos de cualquier cosa. Con vodka, por supuesto. El vodka no puede faltar jamás, y eso es lo que nos ayudó a relajarnos un poco más. Transcurriendo los minutos, las sonrisas fingidas se fueron para dejar paso a sonrisas genuinas y una que otra carcajada. Después de todo.. .¡hemos vivido algunas cosas juntos! nos merecemos recordar y añorar con placer lo que nos ha sucedido. Lo que no nos permitimos en ese momento ninguno de los tres (creo yo) fue el coqueteo pues eso desencadenaría una reacción inmediata que prácticamente nos empujaría a todos hacia la cama, sin que pudiéramos oponer resistencia. No, señor; en ese momento éramos tres viejos amigos simplemente conversando ante un vaso (que dio lugar a otro y a otro más, hasta perder la cunta) con vodka uva.
Llegó la hora en que íbamos a salir
al antro y así lo hicimos. Fuimos junto con otro amigo ("el chico nuevo") y, tal vez por el destino o por la casualidad, ésa fue nuestra noche. ¡Estaba lleno de chicos lindos muchos de los cuales eran nuestros
amiguitos! (
if you know what I mean). Estaba
él (¡quien cada día se pone más guapo!),
él (al primero que menciono) y ¡
él!. Todos bailando con nosotros y J. un tanto desconcertado pues de cierta manera creo que vio amenazado su "control" o como sea que le pudiéramos llamar. Lo cierto es que ésa es una de las pocas ocasiones en que he disfrutado tanto el estar incontables horas en el antro. Por supuesto que todas las noches, por más fabulosas que sean, tienen un final y cuando llegó el momento de irnos, J. nos dijo que él quería quedarse un rato más por lo que nosotros sin prestarle mayor atención simplemente le dijimos que "muy bien, que nos veíamos otro día" y nos disponíamos a irnos cuando uno de los chicos que mencioné previamente nos pidió
ride a su casa, y al darse cuenta J. que nos iríamos con el chico de inmediato cambió de opinión y nos pidió irse con nosotros también.
Es un juego, ¿verdad?. ¿O un berrinche?. ¿Un capricho?. No sé, pero eso de "ahora me voy con ustedes porque se iban con el chico lindo" tal parece que es cualquiera de las tres cosas anteriores. O celos. Sí, tal vez tan sólo celos. Como sea, la idea es que fuimos a dejar al chico a su casa y O., J. y yo nos fuimos a la nuestra. No hubo mucho preámbulo a la llegada pues ya sabíamos a qué había ido y cómo terminaría todo. Nerviosismo por mi parte, sí, un poco. O tal vez no eran nervios; simplemente era la certeza de que en breve se vería cumplido el vehemente deseo anticipado y que volvería a vivir y experimentar tantas cosas que anhelaba con todo mi ser, por las cuales me permití sufrir y hasta llorar. Y así fue.
Fuimos directo a nuestra habitación. No nos sacamos la ropa de inmediato. El preámbulo fue corto pero avasallador: J. me tomó de las manos y acercó esos ojos negros y profundos a los míos. Me besó. Me besó como lo ha hecho ya infinidad de ocasiones y aún así cada beso que me da continúa sintiéndose tan anhelado e impactante como el primero. Me besó en la boca y nos fundimos en un abrazo al cual se unio O. y los tres volvimos a ser uno, cual trinidad bíblica. Nos despojamos de la estorbosa ropa mientras continuábamos besándonos, acariciándonos, amándonos. Su piel... he llegado a la conclusión (aunque ignoro si lo he escrito anteriormente o no) que la piel de esos lindos chicos es lo que me cautiva y me ata a ellos. Sí, algo tan simple y de lo cual no estaba consciente pero que estoy casi seguro de que es en lo que me fijo primero aunque no lo sepa. La piel de J. es tan especial, tan suave y a la vez masculina, con ese delicioso aroma que emana de todo él. En ocasiones me gustaría volverme tan pequeño como para poder vivir en su piel, recorrerla de arriba a abajo y perderme en ella. Pero ya desvarío. Siempre lo hago.
A los interminables besos y abrazos de tres bocas y seis manos recorriéndose plenas de deseo siguieron muchas más caricias casi indescriptibles. J. estaba en medio de los dos, evidentemente, como siempre fue su lugar (lo hizo casi de manera inconsciente cuando llegó a la cama: ocupó el lugar del medio. ¿O no será tan inconsciente?) y yo acostado a su izquierda mientras que O. ocupaba su derecha. De vez en vez J. voletaba hacia donde estaba O. mientras se besaban y se tocaban todo, en medio de suspiros entrecortados por el deseo. Cuando J. viraba hacia mi lugar, nosotros hacíamos lo propio. Fue en uno de los momentos en que J. me ofrecía su espalda cuando tomé precisamente lo que hay debajo de ésta. Con suavidad pero pleno de un deseo incontrolable, lo penetré. Él se quejó un poco... sólo un poco pero continuó besando a O. mientras yo me adentraba en lo más profundo de su ser, lentamente, permitiéndome movimientos cadenciosos que me llevaban al mismo tiempo desde el cielo al infierno: el cielo mientras estaba dentro de él y el infierno al momento en que salía por una fracción de segundo tan sólo para volver a entrar con más ímpetu. Después de algún tiempo, J. se volvió hacia mí para permitir a O. disfrutarlo de la misma manera... ¡y sí que lo hizo!. Fue el turno de O. de estar dentro de él, de poseerlo y hacerlo suyo, de hacerlo de los dos porque J. nos pertenece, porque nosotros le pertenecemos y porque estamos ligados de por vida de manera inevitable. Un rato después J. volvió a ofrecerme su cuerpo el cual tomé de inmediato, y después otra vez a O. y así estuvimos alternando hasta que el deseo nos puso a punto de explotar.
No fue todo lo que sucedió en esa noche; por supuesto que también disfruté de interminables minutos de tener su exquisito miembro en mi boca, y en la boca de O., y en ambas bocas (está lo suficientemente grande para llenarnos a los dos... y más). Hicimos toda suerte de posiciones y combinaciones que conocemos ya los tres a la perfección, dada nuestra historia, dadas nuestras vivencias. La cereza del pastel vino, claro está, al final.
En algún momento J. vio que teníamos la cámara fotográfica digital en el buró junto a la cama, y entonces solicitó lo impensable: me pidió que nos fotografiara, a los tres, teniendo sexo en la cama. No lo podía creer pues ha un par de años atrás, cuando llegó a vivir con nosotros y descubrió nuestras fotos en la cama con otros chicos hizo un drama monumental. Supongo que ésa era la manera de decirnos "está bien, ahora estoy
cool y relajado" o no lo sé. Lo que sé es que tomé unas fotografías que me han permitido recrear esa noche una y otra vez y las cuales me acompañan en mis más alocadas fantasías. Y con cámara en mano, se preparó el acto final.
O. y yo estábamos de rodillas en la cama, cada quien al lado de J. quien dijo que tenía muchas ganas de que termináramos en su cara, en su boca y que además tomáramos fotos de eso. No lo podía creer... ¡eran como cinco fantasías en una sola!. Por supuesto que lo hicimos sin chistar. No hubo necesidad de estimularnos mucho, dado todo lo que ya habíamos pasado y casi al unísono O. y yo soltamos la estrepitosa aunque silenciosa descarga sobre la cara de J., quien a su vez se permitió disfrutar de la agridulce delicia de comerse parte de lo que de nosotros que recibió. Fue celestial, fue divino, fue un orgasmo tan delicioso el que tuve que difícilmente lo olvidaré. No, no difícilmente: no lo olvidaré, así como he atesorado ya otros tantos que he tenido con J.; todos ellos los recuerdo.
Ese día se quedó a dormir con nosotros y esa es otra cosa que casi no podía creer. Volvimos a compartir la cama para dormir, que es la segunda cosa mejor que puedes hacer en una cama. A ciencia cierta no recuerdo qué sueños tuve esa noche, mientras dormíamos los tres abrazados; J. en medio y nosotros cuales fieles guardianes a su lado. No recuerdo el tipo de sueños que tuve pero sí puedo decir que me desperté con una sonrisa. Sonrisa que me duró muchos, muchos días después y la cual ha vuelto a aparecer en mi rostro al momento de escribir esto.
Epílogo:J. se fue a las pocas horas después de que amaneció. No hemos vuelto a estar en la cama con él, aunque la rehacer el contacto se ha vuelto más insistente que antes. A menudo quiere que nos veamos los tres y nosotros nos hemos rehusado. ¿Por qué? No lo sé, es un misterio hasta para mí. El día en que logre entenderme tal vez me convierta en la persona más sabia del mundo, pero mientras tanto yo mismo me pregunto a menudo por qué hago o por qué dejo de hacer las cosas. No ha problema, de todas maneras J. está ahí, nosotros estamos ahí y puede volver a suceder en cualquier momento. Oh, sí. La vida es bella.